Blogia
conocimiento inútil

gilipolleces por doquier

Vale de elecciones... pero doquiera que vuelva mi vista hallo, no necesariamente recuerdos de la muerte à la Quevedo, pero sí pequeñas notas que me recuerdan que este planeta está poblado por una cantidad de estúpidos que asusta. La dosis de hoy viene provista en El País, y corre a cargo de un tal Jacinto Antón, que viene a comparar al aviador que, parece, abatió el avión de Saint-Exupéry con Heydrich, Eichmann u otros sujetos de la misma ralea. El texto es el siguiente:

'El principito' y la Luftwaffe

JACINTO ANTÓN - Barcelona - 16/03/2008

Un piloto de Messerschmitt Bf-109 con apellido de siniestras resonancias (Rippert) ha anunciado que es el responsable de la muerte de Saint-Exupéry. "Lo abatí yo", ha dicho con el tono de quien reconoce que en su inconsciente adolescencia mató a un ruiseñor a pedradas. Sabíamos que el piloto escritor se había estrellado en el mar -habían aparecido los restos de su aparato en las redes de los pescadores-, pero no la causa. Acaso un infarto, problemas con la máscara de oxígeno o suicidio. Finalmente, resulta que lo cazaron.

Ningún derribo puede ser tan poco honorable, tan triste. Saint-Exupéry era ya un piloto viejo, veterano de Aéropostale, de los Andes, del norte de África, cubierto de heridas: había caído tantas veces, en el Sáhara en 1935, sobre las arenas doradas -por las que hubo de caminar durante días-; en Guatemala, en 1937, sobre la selva. No creía en la heroicidad de la guerra ("la guerra no es una aventura, es una enfermedad, como el tifus", decía).

Su mirada a través del cristal de la carlinga no era la de uno de esos sanguinarios cazadores, young bloods, aves de presa ansiosas de pintar marcas de aviones enemigos en su fuselaje. Saint-Exupéry, en misión de reconocimiento, no buscaba rivales, volaba, se fijaba en el sol, en el viento, en las estrellas, en la disposición de las nubes y en las extrañas formas que éstas adoptan. Inventaba historias, soñaba. No albergaba demasiadas esperanzas sobre su futuro.

Cuando el depredador alemán lo encontró sobre el Mediterráneo, no tuvo más que colocarse a su espalda y apretar el disparador de sus cañones. Una presa fácil. Súbitamente arrebatado del cielo, Saint-Exupéry cayó, su Lightining P-38, una estrella fugaz, plata ardiente siseando al encontrarse con el mar.

Hay algo que nos conmueve en la caída de todo aviador -criaturas del aire desprendidas de su elemento, revelada su fragilidad-. Richtofen cayó, cayó Douglas Bader -el legendario piloto sin piernas de la RAF-; cayó sobre su amada África Dennis Finch-Hatton, el amante de Karen Blixen, en un aeroplano Gipsy Moth igual que el del conde Almásy de El paciente inglés. Cayó sobre el ignoto Pacífico la bella Amelia Earhart -su misterio aún no ha sido desvelado-. Alas efímeras. Ícaros todos. Pero ninguno como Saint-Exupéry, porque con él viajaban la poesía, los baobabs y las rosas. Y ese pequeño príncipe que le salvó una vez de las dunas, pero no pudo nada contra los crueles proyectiles de Horst Rippert y la negra sombra de la guerra y de la Luftwaffe.


A cualquier cosa llaman análisis, pues ése es el encabezado que esta paja mental merece en la güeb del diario independiente de la mañana. El escritor, es cierto, fue un gran aviador, y murió heroicamente luchando por una patria que se identificaba con la libertad del ser humano, esa Francia que es la patria intelectual de todo amante de las libertades (nótese que no empleo, conscientemente, el término "liberal" que unos denostan sin saber de qué hablan y otros manipulan para reclamarse algo que no son ni de coña) abatido en un encuentro con otro avión del ejército ocupante. Al igual que sucede con ese otro gran personaje que fue Romain Gary, si sus méritos literarios no bastasen, su historial como aviador de guerra le reservaría un puesto de honor en la historia.

La guerra no se hace con ramos de flores. La guerra, como nos dejó dicho el poeta, es mala y bárbara. Pero en este caso nos hallamos ante un acto de guerra tan limpio como puede existir (que, dicho sea de paso, es poco): un avión enemigo derribado son gajes del oficio. Y, que yo sepa, el Lightning P-38 no llevaba el principito pintado en sus alerones. El aviador alemán (que tampoco es seguro que fuera quien derribó al escritor: sabemos que derribó un avión similar el mismo día) cumplió con su deber. Y vale.

Y vale de mamonadas.

Actualizacion (sin acentos) del 23 de marzo de 2008: esto aparece hoy en ABC.es (link ):

El secreto del último vuelo de Saint-Exupéry permanece en el aire

Un ahijado de Antoine Saint-Exupéry, un ex responsable del servicio histórico del Ejército del Aire francés, el semanario de extrema derecha «Minute» y el diario online «Crítica» afirman que Horst Rippert «miente y es un falsario» cuando afirma haber sido el piloto alemán que abatió el avión pilotado por el autor de «El Principito».
Tras haber guardado silencio durante más de sesenta años, Horst Rippert declaró el invierno pasado ser el piloto de caza alemán que derribó el avión de St. Exupéry, entrevistado por un periodista francés, Jacaques Pradel, y a un buzo profesional, Luc Vanrell, que descubrió en su día los restos del avión del autor de «El Principito». El periodista, el buzo francés y el antiguo piloto de caza alemán decidieron guardar temporalmente silencio. Y escribieron un libro a seis manos, publicado en las circunstancias más favorables para los tres autores.
El libro se publica cuando Horst Rippert también dice ser el «hermano oculto» de un cantante alemán, fallecido hace días, Ivan Rebroff, cuando Pradel y Vanrell inician una operación lanzamiento a la que se han negado a participar los historiadores del arma aérea francesa que han trabajado en la misteriosa desaparición de Antoine Saint-Exupéry, autor de «El Principito».
El semanario «Minute», de extrema derecha, ha sido el primero en denunciar la posible falsedad del testimonio de Horst Rippert. «Minute» es una publicación extremista, de una credibilidad relativa, quizá en cuarentena. El semanario extremista dice haber consultado los archivos alemanes y descubierto que el hombre que afirma haber abatido el avión de Saint-Exupéry ha mentido en numerosas ocasiones sobre su carrera militar.
Los testimonios de Hervé Brun, ex responsable del servicio histórico del Ejército del Aire francés, y de Christian-Antoine Gavoille, hijo del general Gavoille y ahijado de Saint-Exupéry, avanzan datos concretos y opiniones autorizadas en la historia militar.
Historiador él mismo, Hervé Brun declara: «Las acciones de las patrullas aéreas alemanas, en Provenza, estaban anotadas muy meticulosamente, y consignadas oficialmente en los registros de acciones de los pilotos. Hechas las consultas pertinentes, no hay ningún rastro concreto de ninguna acción de ningún tipo de ningún caza alemán, en la fecha de la desaparición del avión de St-Exupéry».
A juicio de Brun, se trata de un dato capital. Si fuese cierta la reivindicación de Horst Rippert, su acción, su derribo del avión pilotado por Saint-Exupéry, debía estar anotada, como tantas otras acciones. Ese rastro, esa huella concreta, no existe, según el historiador del arma aérea francesa.
Antiguo piloto de caza, él mismo, Christian-Antoine Gavoielle, ahijado de Saint-Exupéry, comparte las mismas reservas. El padre de Gavoielle, general del Ejército del Aire, fue instructor, patrón y amigo personal de Saint-Exupéry. Gavoielle hijo ha seguido, desde hace más de medio siglo, todas las peripecias e investigaciones en torno a la misteriosa desaparición del autor de «El Principito». Y sigue teniendo muchas dudas, que resume de este modo: «La historia de Horst Rippert me parece un nuevo episodio de «tele realidad». Su testimonio y el libro que se ha montado con sus declaraciones no aportan ninguna prueba. Los autores se autocongratulan de sus presuntas revelaciones. Pero sólo queda la palabra de un hombre del que sólo se sabe que ha mentido sobre su historial y sus acciones militares. En los archivos históricos, bien conocidos y estudiados por los historiadores, no hay ningún rastro de esa acción reivindicada sin pruebas sesenta años más tarde. Rippert afirma que abatió el avión de Saint-Exupéry, pero, en verdad, todo el mundo sabe que no hay ningún impacto de bala en los restos del avión del autor de «El Principito»».

 

0 comentarios