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conocimiento inútil

marrón, pero delicioso

A Cocoliso le sucede, a veces, que le toca entretener a públicos diversos sobre las más variadas cuestiones, normalmente relacionadas de una u otra manera con su medio de vida. A veces, de forma casi imprevista, como ayer. A mi megajefa le habían invitado, en junio, a una conferencia sobre lo divino y lo humano (estrictamente) a celebrar en mi isla favorita (y, asumo sin demasiado riesgo, la de Epi) tal que ayer. Y el caso es que el escalón intermedio, o el eslabón perdido, me comunica el viernes por la tarde que debía sustituirla; yo partía para más soleados destinos un ratito después, y hasta el lunes por la mañana, pero no podía dejar pasar la ocasión de renovar mis lazos con los poderes fácticos del lugar y, sobre todo, con el propio lugar.

El caso es que el domingo por la noche, cuando se suponía que debía dormir porque tenía que tomar el avión que me devolviera a este tropical lugar en que me alieno, mi cabeza empezó un espontáneo ejercicio de reflexión (porque, créanlo o no, mis neuronas a veces deciden trabajar) sobre mi disertación. Tras un lunes y un martes de frenética construcción de algo inteligible y no totalmente estúpido sobre el tema asignado, y después de saquear las librerías sitas en el continente, al sur de la isla, en cuanto ellas tenían de aprovechable (y alguna propina, exigida por la religión que hace años profeso), su seguro servidor cosechó un gran éxito de crítica y público. También, todo hay que decirlo, disfrutó de la cocina y la enología del lugar. Que no es poca cosa.

Hoy, de vuelta a mi soleado lugar de residencia, me entero de que la decisión de enviarme a tal misión estaba tomada desde una semana antes de serme comunicada. Y yo, devanándome los sesos.

Moraleja: A veces estas faenas (evidente eufemismo) te hacen subir la autoestima por cuanto te demuestras a ti mismo que eres capaz de hacer frente a los retos mejor de lo que creías.

Y ya está.

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