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conocimiento inútil

mi primer huracán

La semana pasada, por trabajo, anduve por tierras del Caribe. Conocí Puerto Rico; bueno, el viejo San Juan y uno de esos resorts yanquis con campo de golf, donde se celebraba el congreso al que yo asistía.

La impresión general de Puerto Rico se puede resumir como sigue: servicios latinoamericanos a precios norteamericanos. Es lo que tiene eso de ser un "estado libre asociado".

La primera impresión no fue digital, como Yogurtu, sino fuette. Al pasar por inmigración (a estos efectos sí son USA), el agente me empezó a hacer preguntas, del tipo "y qué tal", "y cómo tú por aquí" o "estudias o trabajas". Como no me apetecía decir a un agente USA dónde trabajo, en un primer momento me incliné por explicar mi sector, y cuando ya me preguntó más en detalle, pues precisé.

Lo que me impresionó no fue el interrogatorio, mucho más amable que el habitual (odio la sala de inmigración de Atlanta) y en español, sino que el agente me repuso: "pero eso está en La Haya, no? Allí vivía un filósofo del que soy gran admirador, Baruch Spinoza"... y me metió un rollete llete al respecto.

No sabía si informar al FBI, porque un agente de inmigración USA que conoce a Spinoza tiene que ser forzosamente un espía, o un terrorista o algo...

De ahí al viejo San Juan, donde nos alojaron en un hotel que hay frente a la Catedral; un antiguo convento que ahora es un hotel presuntamente de lujo (tampoco es para tanto, oiga). El tiempo era horroroso, un calor húmedo que me obligaría a cambiarme de ropa (empapada) tres veces en un día. Por supuesto, en todo interior hay un aire acondicionado que hiela.

Esa primera tarde, con el yetlaj y eso, tan sólo di un paseo corto y cené, y a la camita. Pero ya la impresión fue de una pobreza extrema en las calles del viejo San Juan.

La mañana siguiente, me desperté pronto, y después de desayunar me fui a dar un paseo. Serían las ocho de la mañana del domingo, y recorrí las calles del centro, donde pude comprobar la cantidad de gente sin techo para dormir que lo hacían en los bancos públicos, o incluso en la puerta de las iglesias... abiertas. También compré un par de libros puertorriqueños, que a ver, y volví a dejarlos al hotel. De allí me fui hacia la parte norte del viejo San Juan, donde pude ver, cerca del fuerte del Morro, el cementerio donde reposa, señaladamente, Pedro Salinas, bajo una humilde (y deteriorada) losa blanca, en sepultura que comparte con Carlos Marichal, a sólo unos pocos metros del azul del Caribe.

(continuará)

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